lunes, 19 de marzo de 2012

CÁDIZ 1812: LA ARQUITECTURA DE LOS PRINCIPIOS



En la celebración del bicentenario de la primera Constitución española progresista, hablar de la ciudad de Cádiz es hablar puramente de nuestra historia. En la conmemoración de este mundial acontecimiento, podemos disfrutar de una de las más bellas ciudades del mundo, donde su arquitectura se hace historia y narración, donde sus calles protagonizaron verdaderamente el caldo de cultivo para ese impúlso pseudoliberal y futurista, que fue espejo para el resto de constituciones europeas y americanas. Cádiz se convierte por lo tanto, en un ejemplo de armonía y belleza urbanística, con un trazado purista europeo, y con un desarrollo arquitectónico impetuoso y vanguardista donde el Océano Atlántico fue referencia siempre y horizonte de estiladas torretas, que veían pasar capítulos de historia sobre sus portentas vigías.


La ciudad antigua, con estrechas calles y toricidas trazas medievales y casonas con escudos blasonados, es relativamente moderna. Y la ciudad nueva es un producto de la hegemonía española en América, debiéndose mucho a los siglos XVII y XVIII, cuando corría el oro por la capital y no había pobres, pues bullían los peruleros, y el afán aventurero y sobre todo marino se metía en lo más profundo de los corazones. Eran tiempos en que cada español, sin distinción de clase, soñaba con una epopeya en las tierras transoceánicas, bien manejando las armas o haciendo labor de santidad.

Por su situación privilegiada, en una encrucijada de rutas a cual más sugestiva, Cádiz se abre de brazos para alcanzar con sus dedos las dos orillas, pues ya el mar tenebroso queda en un mito.




Con este abrazo que coge las dos orillas, Cádiz recupera el gran prestigio que en cosas de mar tuviera en el mundo antiguo. En plana zona colombina las naos salen para las tierras vírgenes y regresan con sus cargamentos de frutas, maderas y metales valiosos, y hasta de hombre de la raza desconocida, para dar mayor veracidad al descubrimiento, significado laurel de la corona de Castilla. Las naves que se hacen a la mar no van de vacío, llevan los productos de la tierra, aparte la cultura, lengua y religión.

Se inicia un intercambio comercial que alcanza exponentes inusitados, por el valor de las mercancías que se ponen en circulación permanente. Esto origina que gente de toda Europa venga a afincarse en Cádiz, montando sus negocios que fructifican a gran rentabilidad. Del resto de España vienen también muchos individuos para embarcar rumbo a lo desconocido.



 
Son numerosos e importantes los edificios civiles que se construyen a lo largo del XVIII: el Hospicio, la casa de Viudas, la Aduana, el Real colegio de Cirugía de la Armada, la cárcel, los cuarteles de la Bomba, el propio tejido urbano que tanto debe a las obras realizadas en este tiempo y cuenta con ejemplares tan notables como la Casa de las Cuatro torres o la casa del Marqués de Casa Recaño, llamada también Torre Tavira o torre del Vigía. Nacen paralelamente los barrios de san José (extramuros) y San Carlos, en tanto se completa el de la Viña. La ciudad es un hervidero de obras y de cultura. Recordemos a la sazón las bibliotecas, la ópera o los diversos teatros que pueblan la ciudad.

Cuando el viajero llega a Cádiz sabe que la mar la rodea, y bajo el istmo sabe que sólo hay una pequeña armonía, de sal y de agua. Cádiz ha sido y lo será siempre, tierra unidora de las antiguas culturas del Mare Nostrum y las nuevas indianas. Si viene a Cádiz por puro gusto de callejearlo, eso de andar por Cádiz tiene no sabe uno qué maravilloso deleite. En cualquier calle de Cádiz se está lo que se dice a las ancha. Una esquina en la que mirar el tiempo.





 
Pero, apenas rebasadas las Puertas, es ya nuestro el Cádiz romántico e inmemorial, el de la Mitología y la Historia, aquel para el que escribieron páginas famosas Plinio, Lord Byron, Gautier o Juan Ramón Jiménez; pintaron Goya y Delacroix; compusieron Haydn y Falla.

El Cádiz fenicio, romano, imperial y neoclásico de Telethusa, de Julio César, de Lope de Vega, de Galdós. Así, tradición y modernidad se dan la mano en Cádiz y son eternas distintivas de una de las ciudades más finas de Andalucía.

Totalmente privada de campo, marina por excelencia, tal condición caracteriza también a Cádiz, para cuyos residentes sedentarios no existen llanuras, bosques y ríos más que de un modo figurado y abstracto; el Atlántico proporciona a la ciudad sus cielos limpios y su benigno clima, sus riquezas, sus propios y típicos y hoy bastante amenazados carácter y configuración urbana.

  






  
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